Siempre habíamos creído que el nacionalismo catalán era en esencia, y por diferentes y rebuscadas razones, distinto del vasco; más pacífico, más inteligente y calculador, por supuesto menos radical… Teníamos una percepción engañosa de insólita admiración por los catalanes, e incluso de extraña asunción por nuestra parte, de ése su sibilino discurso, que propone a los habitantes de Cataluña como distintos del resto de nosotros; como más sofisticados, más cultos, más seguros, más… no sé.
Pues bien, después de más de treinta años de imperio del ideario nacionalista y de sus verdaderas políticas en Cataluña, comprobamos en nuestras carnes el nefando resultado de tan perniciosa quimera…
Así, presenciamos indignados el esperpéntico espectáculo de ver hacer “huelgas” a quienes no han trabajado en su vida; contemplamos espantados a padres hacer de sus hijos ariete de sus paranoicas ideas, o utilizándolos de forma insensata a modo de escudo humano para cortar una carretera en medio de una manifestación; también asistimos incrédulos al hecho de ver hijos renegando con vehemencia de sus padres; con seguridad, debido al menú independentista mezcla de mentiras y odio, con el que se han estado cebando desde siempre en sus escuelas…
Y como evolución previsible de todo este “estado” de alienación consentida, y de permanente desencanto, pertinaz frustración y eterno victimismo del relato nacionalista, nos encontramos asistiendo casi inanes, a la antesala de un proceso evidente de radicalización, de batasunización de una parte muy importante de esa sociedad que antaño nos pareció ejemplar, sensata… casi superior.
Este infame proceso incendiario de querencias y convivencias, que impone, la radicalización en las calles y en las casas, en las ideas y en los corazones, puede terminar en un “estado” de amenaza constante como el que imperaba no hace muchos años en calles, casas, ideas y corazones de los silentes habitantes del País Vasco, cuando contemplaban rebañudos y cobardes, los estragos que causaba el odio en las calles, en los hogares, en las ideas y en los corazones…
Así que cuidado con los catalotarras
Antonio Rodríguez Miravete